Había una vez una joven muchacha que a pesar de ser hija de un pobre pescador, era la joya principal de toda la comarca. La causa de ello era su belleza, la cual no tenía comparación con nada en este mundo.
Tan bonita era, que su pobreza no impedía que para todos los habitantes del reino fuera la princesa más bella. De hecho, esa era la ambición de la muchacha hija de pescadores: ser una princesa.
Por sus atributos físicos, era deseada por todos los jóvenes mozos, algunos honrados y otros no tanto, que por allí pasaban. A todos y cada uno de ellos la muchacha los rechazaba y ante la incomprensión de sus padres decía:
-Descuiden que pronto me casaré con un bello príncipe y reinaré en un opulento palacio, con lo que saldremos de esta pobreza en la que vivimos.
Y así, el deseo de la muchacha se cumplió.
Un día llegó a su pueblo un apuesto príncipe, con estirpe de gran guerrero y todo un verdadero galán, que al verla quedó prendado de ella y le propuso matrimonio.
La muchacha accedió gustosa. Era precisamente el príncipe que siempre había deseado y pronto estaría junto a él, reinando en un gran castillo.
…
Las nupcias se celebraron rápidamente y la pareja parecía estar muy enamorada, al punto de que todos decían que se veían muy bien juntos y que habían nacido para enlazar sus vidas.
Sin embargo, muy pronto la princesa más bella del reino comprendió que había sido muy superficial y había cometido un gran error.
Su bello esposo y príncipe era además un temible tirano, que maltrataba a sus súbditos y sólo se preocupaba por él mismo. Incluso, no era con ella como le hubiese gustado y al parecer solo la había desposado por su belleza física, que le permitía presumir entre sus amigos y otros nobles que él tenía a la mujer más bonita de toda la comarca.
Por todo esto la princesa fue a hablar con su esposo y le planteó lo que había observado. Indiferente, este le contestó:
-¿De qué te quejas? Te casaste conmigo por libre y espontánea voluntad, debido a tu interés de tener por esposo a un apuesto príncipe y tu obsesión de vivir en un noble castillo. Así que no te queda más que aceptar tu realidad y atenerte a las consecuencias de tus decisiones.
La princesa rompió en llanto pero sabía que su cruel y despótico esposo tenía toda la razón. Había rechazado durante años a muchos hombres honrados y algunos también bellos, por su capricho de ser princesa.
…
Así fueron pasando los días y la princesa, que había madurado y comprendido que había sido muy ingenua, interesada y superficial, estaba resuelta a cambiar su vida.
A tono con ello intentó escapar en múltiples ocasiones del palacio, pero su esposo siempre la descubría y se burlaba de ella, obligándola a permanecer a su lado.
Tan seguidos llegaron a hacerse los intentos, que entonces el príncipe decidió encerrarla en las mazmorras del castillo, con guardias a su alrededor, y sólo la dejaba salir cuando recibía visita de sus amigos nobles, para exhibir su belleza cual si fuera un trofeo de caza.
Esta situación fue insoportable para la princesa, que cada día irrumpía en llantos y lamentos.
Sin embargo, no todo era negativo. Uno de sus guardias resultó ser un atento hombre, que día tras días la consolaba y animaba.
Ambos fueron trabando una linda y sincera amistad, hasta que un día la princesa bella se atrevió y le dijo:
-Amigo, tú que eres tan bueno conmigo, ¿por qué no me liberas y me permites escapar para siempre de este encierro?
-Lo siento mi princesa –le contestó. –A pesar de todo el aprecio y cariño que tengo por usted, el código de honor de la guardia me impide desobedecer las órdenes del príncipe.
La princesa lamentó haberle pedido a su amigo que faltase a su honor de hombre y guardia real e irrumpió en un desconsolado llanto, que parecía acabaría con lo que le quedaba de vida.
Al verla, el guardia se solidarizó tanto con la princesa, de la que había llegado a enamorarse, y le dijo:
-Sin embargo mi señora, hay una cosa que puede hacer para cambiar su vida.
-¿Qué? –preguntó aquella.
-El príncipe solo persiste en tenerla encerrada por su belleza, para exhibirla frente a sus amigos y seguir demostrando que es el hombre más guapo y afortunado de la comarca. Si usted cambia esa situación, la dejará libre, pues para nada le servirá.
-¿Qué quieres decir? –preguntó nuevamente la princesa, que no comprendía la idea de su amigo.
-Quiero decir que si desfigura su rostro, acabando con su belleza, el príncipe la liberará –replicó con sentido de la lógica y la seguridad el guardia.
A la princesa no le agradó mucho la idea. Aún seguía siendo su belleza lo que más valoraba en esta vida. No obstante, comprendió que su amigo tenía razón y le pidió que fuese él quien la desfigurara, pues ella no tendría valor para acabar con aquello único que le permitiría encontrar nuevamente el amor.
-Lo haré –dijo el guardia- pero permítame decirle que se equivoca en algo. Su belleza no es lo único que hace de usted una mujer especial. En todo este tiempo yo mismo he llegado a conocerla por dentro y me siento tan enamorado, e incluso más, de sus sentimientos, como de su belleza.
La princesa, que también sentía un profundo amor por aquel caballero que había amenizado la etapa más dura y triste de su vida, lo besó con pasión y le tomó la mano, que empuñaba un cuchillo, llevándola a su rostro.
Así, ambos hicieron dos profundos cortes en la cara de la princesa más bella que había existido nunca en el reino.
…
Al día siguiente y como cada mañana, el príncipe bajó a atormentar a la princesa y contemplar su belleza, que era su más preciado tesoro.
Cuando la vio desfigurada pegó un grito y la maldijo, diciéndole que tenía que largarse del castillo porque ya no le servía para nada.
De esta manera la princesa y el guardia, al que le fue ordenado que acompañara a la muchacha en su destierro, vieron cumplido su plan y se largaron para siempre de aquel palacio infernal, gobernado por un verdadero tirano, para ser felices juntos por toda la eternidad.
Para el guardia, a pesar de que su pareja tenía un rostro con dos enormes cicatrices, esta seguía siendo la princesa más bella del reino.